15/1/08

Una humilde propuesta - Jonathan Swift

UNA HUMILDE PROPUESTA

Para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o su país, y hacerlos provechosos para la sociedad.

Jonathan Swift

Dublín, 1729

Encoge el corazón a todos aquellos que recorren esta gran ciudad, o viajan por el campo, observar las calles, los caminos y los umbrales de las chabolas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro, cinco o seis niños, harapientos todos ellos, que importunan a los viajantes en pos de una limosna. Estas madres, lejos de poder trabajar y conseguir así un honrado sustento para sus hijos, se ven obligadas a pasar todo el tiempo vagabundeando y mendigando el alimento de sus desamparadas criaturas, quienes, tan pronto crecen, o bien se hacen ladrones debido a la escasez de trabajo, o bien abandonan su amada patria con el fin de luchar al servicio del Pretendiente de España, o se venden para ir a las Barbados.

Creo que todos los partidos coincidirán en que este asombroso número de niños, en brazos, a la espalda, o tras los talones de sus madres, y a menudo de sus padres, constituye, en el penoso estado actual del Reino, una gravísima carga adicional. Por tanto, quienquiera que pudiese hallar un método lícito, económico y fácil que transformara a todas estas criaturas en miembros sanos y útiles a la comunidad, merecería ver erigida, en agradecimiento público, una estatua en su honor como benefactores de la nación.

Pero mi intención dista mucho de limitarse a hallar una solución para los hijos de los mendigos declarados: va mucho más allá, y abarca a la totalidad de los niños de una determinada edad que han nacido de padres tan incapaces de criarlos como aquéllos que solicitan nuestra caridad por las calles.

Por mi parte, habiendo dedicado muchos años a este tema tan importante, y sopesado seriamente los diversos trabajos de otros pensadores, los encontré muy errados en sus cálculos. Un niño, es verdad, puede sustentarse durante todo un año con la leche materna y poco más, sin sobrepasar un gasto de dos chelines, o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir fácilmente mediante su lícita mendicidad. Y es precisamente a la edad de un año cuando yo propongo cuidar de ellos de tal manera que, en lugar de constituir una carga para sus progenitores, o la parroquia, y carecer durante el resto de sus vidas de comida y ropa, puedan, por el contrario, contribuir a la alimentación y, en parte, al vestido de muchos miles.

Hay también otra gran ventaja de mi plan, que desterrará de una vez por todas los abortos provocados, y esa horrenda práctica que haría brotar las lágrimas y la compasión en el pecho más salvaje e inhumano, en la que incurren las mujeres al matar a sus hijos bastardos, sacrificando a las pobres e inocentes criaturas, y que tan frecuente es entre nosotros, más por evitar el gasto, sospecho, que por vergüenza.

Suele estimarse en un millón y medio el número de almas de este Reino; de esa cantidad calculo que debe de haber unas doscientas mil parejas en las cuales la mujer sea fecunda; de dicho número resto treinta mil que puedan mantener a su prole, aunque mucho me temo que no serán tantas dada la crisis en que está sumido el país; pero, concedida esta cantidad, aún quedan ciento setenta mil parejas fértiles. Resto de nuevo cincuenta mil mujeres que malparan, o cuyos hijos perezcan por accidente o enfermedad durante el primer año de vida. Sólo quedan ciento veinte mil niños que nazcan de padres pobres anualmente; la pregunta es, por tanto, de qué manera podrán ser educados y mantenidos: como ya he dicho, es completamente imposible bajo el presente estado de cosas y mediante todos los métodos propuestos hasta ahora; y no podemos recurrir a emplearlos en la artesanía o en la agricultura, ya que ni construimos casas (en el campo, se entiende), ni cultivamos la tierra.

Ellos muy raras veces pueden levantar su sustento robando hasta que no alcanzan los seis años de edad, salvo cuando son muy precoces, aunque debo reconocer que aprenden los rudimentos del oficio mucho antes. Sin embargo, durante este tiempo sólo merecen el título de aprendices: al respecto me informó un importante caballero en el condado de Cavan, el cual me aseguró que nunca había sabido de más de uno o dos casos de menores de seis años, incluso en una parte del Reino tan renombrada por su asombrosa pericia en aquel arte. Me aseguran nuestros traficantes que un niño o una niña, antes de los doce años, no tiene fácil venta, e incluso a esa edad no subirán de una libra o, a lo sumo, de una libra y media corona en la transacción, lo que no compensa, ni con mucho, a sus padres o al Reino el desembolso en su alimentación y vestido, que ascendería, como poco, a cuatro veces aquella cantidad.

Por consiguiente, ahora expondré humildemente mis propios pensamientos, con la esperanza de que no den lugar a la menor objeción.

Un americano muy entendido que conozco en Londres me ha asegurado que una criatura, sana y bien amamantada es, con un año, el más exquisito, nutritivo y saludable plato, ya sea estofada, asada, al horno o hervida, y no me cabe duda de que servirá tanto para un fricasé como para un guisado.

Por tanto, expongo humildemente a la pública consideración lo siguiente: que de los ciento veinte mil niños ya estimados, veinte mil pueden reservarse para el apareamiento; de estos, sólo una cuarta parte serán machos, que es más de lo que permitimos en la cría de ovejas, vacas o cerdos. Y me baso para ello en que estos niños muy rara vez son fruto del matrimonio, estado de poca aceptación entre nuestro pueblo, y, por consiguiente, un macho bastará para montar a cuatro hembras.

Que los cien mil restantes pueden, al cumplir un año, ser puestos a la venta para las personas de alcurnia y fortuna, en todo el Reino, no sin antes aconsejar a la madre que los amamante generosamente durante el último mes, con el fin de entregarlos rollizos y mantecosos para una buena mesa. Un niño llenará dos fuentes en una cena en honor para los amigos; cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero compondrá un plato muy cumplido, y, convenientemente hervido y condimentado con una pizca de pimienta o de sal, aguantará cuatro días, sobre todo en invierno.

He calculado que, por término medio, un niño recién nacido pesa doce libras, y que al cabo de un año solar, convenientemente amamantado, alcanzará las veintiocho.

Reconozco que esta comida será algo cara, y por tanto muy apropiada para los terratenientes, quienes, habiendo devorado ya a la mayoría de los padres, parecen tener todo el derecho a hacer lo propio con los hijos.

La carne de niño estará de temporada todo el año, pero habrá más abundancia en marzo, y en los días anteriores y posteriores, porque, como nos ha dicho un importante autor (eminente médico francés), el pescado es una prolífica dieta, y la prueba es que hay más niños nacidos en los países católicos romanos unos nueve meses después de la Cuaresma que durante cualquier otra estación.

Contando, por consiguiente, un año a partir de la Cuaresma, los mercados se verán más abastecidos que de costumbre, porque el número de niños católicos es, al menos, de tres a uno en este Reino. Así habrá una ventaja indirecta al menguar la cantidad de papistas entre nosotros.

He calculado que el coste de manutención de una cría de mendigo (entre los que incluyo a todos los chabolistas, los braceros y las cuatro quintas partes de los campesinos) rondará los dos chelines anuales, harapos incluidos, y estoy convencido de que no habrá caballero alguno que ponga reparos a pagar diez chelines por una pieza de niño bien cebado, que , como ya he dicho, dará cuatro fuentes de excelente y nutritiva carne, cuando siente a su mesa a algún amigo exigente, o cuando coma con su propia familia. De este modo el hacendado aprenderá a ser un buen patrón, y su prestigio crecerá entre sus peones; la madre obtendrá ocho chelines de beneficio neto, y estará en condiciones de trabajar hasta el momento en que produzca una nueva criatura.

Aquéllos que sean más emprendedores (como, he de admitirlo, exigen los tiempos que corren) pueden desollar el cuerpo, cuya piel, adecuadamente curtida, servirá para confeccionar delicadísimos guantes para las damas, y botas de verano para caballeros elegantes.

En cuanto a nuestra ciudad de Dublín, deberá ser dotada de mataderos destinados a este fin, en los lugares más adecuados de la misma; y podemos estar seguros de que no escasearán los carniceros, aunque yo recomiendo encarecidamente que se adquieran los niños vivos y se condimenten cuando aún estén calientes del cuchillo, como hacemos con los cerdos para asar.

Una persona de gran valía, verdadero amante de este país y cuyas virtudes tengo en mucho aprecio, tuvo no hace mucho la amabilidad de ofrecerme, conversando sobre este asunto, algunas ideas para mejorar mi proyecto. Decía que muchos caballeros de este Reino ha llegado a hacer desaparecer sus ciervos; y que él había concluido que la demanda de carne de venado podía ser suplida con los cuerpos de muchachos y muchachas que no sobrepasen los catorce años, y nunca menores de doce, teniendo en cuenta el gran número de ellos que está a punto de perecer en todo el país por falta de trabajo y atenciones. Éstos podrían ser aportados por sus padres, de estar vivos, y si no, se encargarían de ello sus parientes más cercanos. Pero con el debido respeto a tan excelente amigo y meritorio patriota, no puedo estar de acuerdo con su parecer; en lo que concierne a los machos, mi informador americano me aseguró, basándose en su amplia experiencia, que su carne es por lo general correosa y seca, como la de nuestros jóvenes (debido al ejercicio continuo), su sabor desagradable, y que las ganancias se las llevaría su engorde. Y en cuanto a las hembras, creo humildemente que iría en detrimento de los clientes su explotación para tal fin, porque pronto serían fértiles. Además, no es improbable que algunas personas excesivamente escrupulosas se sintieran inclinadas a censurar tal práctica (lo que no dejaría de ser una verdadera injusticia), tachándola de cercana a la crueldad: esto, debo admitirlo, ha constituido para mí la más fuerte objeción a cualquier plan, por bien intencionado que parezca.

En defensa de mi amigo he de decir que me confesó que fue el famoso Salmanazar, un nativo de la isla de Formosa, quien le dio tal idea: éste vino a Londres hace unos veinte años, y en una conversación le contó que en su país, cuando alguna persona joven era condenada a muerte, el verdugo vendía el cadáver como un exquisito manjar a personas de buena posición, y que cierta vez, el cuerpo de una rolliza muchacha de quince años, crucificada por intentar envenenar al emperador, fue vendido al Primer Ministro de su Majestad Imperial y a otros grandes mandarines de la Corte, al mismísimo pie del patíbulo, por cuatrocientas coronas. Verdaderamente no puedo negar que si semejante costumbre se siguiera con unas cuantas jóvenes entradas en carnes de esta ciudad, que, no teniendo dónde caerse muertas, no pueden pasear si no es en coche, y se presentan en el teatro y en las reuniones luciendo exóticos perifollos que nunca pagan, el Reino no sufriría una gran pérdida.

Algunas personas de espíritu piadoso que se lamentan de que haya semejante cantidad de pobres, ancianos algunos, enfermos otros y los demás lisiados, me han rogado que vea la manera de desembarazar a la nación de una carga tan onerosa. Pero este asunto no me produce el menor sufrimiento, porque, como se sabe, esta gente se muere constantemente, o se echa a perder a causa del frío, el hambre, la mugre y los piojos, mucho más rápido de lo que cabría esperar. Y en cuanto a los peones jóvenes, se encuentran hoy en día en unas circunstancias casi tan esperanzadoras: no encuentran trabajo y, por tanto, se consumen por falta de alimento, hasta tal punto que, si por casualidad son contratados para una labor corriente, no les alcanzan las fuerzas para llevarla a cabo; y así el país, y ellos mismos, se ven felizmente a salvo de los males venideros.

He divagado demasiado, así que volveré a mi asunto. Creo que las ventajas que ofrece la propuesta presentada son claras y numerosas, y todas ellas de capital importancia.

Primero, como ya he hecho notar, se reduciría en gran medida el número de papistas, que nos infestan cada año y son los más prolíficos de la nación, así como nuestros enemigos más peligrosos, y que están aquí con el único propósito de entregar el Reino al Pretendiente, en la esperanza de aprovechar la ausencia de tantos buenos protestantes, que han elegido salir del país antes que permanecer en su patria pagando, en contra de sus conciencias, los diezmos a la curia episcopal.

Segundo, los arrendatarios más pobres, que jamás han sabido lo que es tener dinero, poseerán alguna propiedad de valor, que, según la Ley, pude ser objeto de embargo, y que les ayudará a pagar la renta a los terratenientes, perdidos ya su ganado y su grano.

Tercero, dado que la manutención de cien mil niños mayores de dos años no puede ser estimada en menos de diez chelines por año y persona, el tesoro de la nación se verá, como consecuencia, incrementado en cincuenta mil libras anuales; además, está la creación de un nuevo plato, introducido en la mesa de todo caballero adinerado y de refinado paladar que haya en el Reino. Y como la mercancía será producida y manufacturada por nosotros mismos, el dinero no saldrá del país.

Cuarto, además de la ganancia de ocho chelines anuales por la venta de sus crías, las hembras más prolíficas se verán liberadas de la carga de su manutención después del primer año.

Quinto, esta comida podría, asimismo, atraer mayor clientela a las tabernas, al tiempo que los mesoneros tendrán seguramente la precaución de conseguir las recetas que más ensalcen los manjares, haciendo así que sus establecimientos sean frecuentados por aquellos distinguidos caballeros que se precien, con justicia, de su dominio del arte del buen comer; y un hábil cocinero que sepa cómo complacer a sus clientes se las arreglará para que el precio del menú esté a la altura de los comensales.

Sexto, esta medida supondría un gran incentivo para el matrimonio, vínculo que todas las naciones sabias han fomentado con recompensas, o impuesto mediante leyes y castigos. Aumentaría el cuidado y ternura que las madres dispensan a sus hijos, en la seguridad de que los pobres niños estarían colocados de por vida, sostenidos de una u otra forma por la sociedad, y que iban a recibir de ellos ganancias en lugar de gastos. Veríamos una leal competencia entre las casadas por ver cuál de ellas aportaba las criaturas más regordetas al mercado. Los hombres, por su parte, serían tan afectuosos con sus mujeres, durante el tiempo de la gestación como lo son ahora con sus yeguas, sus vacas o sus puercas cuando están a punto de parir, y no las amenazarían con darles golpes y patadas (como tienen por costumbre) ante el peligro de un aborto.

Y así se pueden seguir enumerando multitud de ventajas: por ejemplo, el incremento de piezas de nuestra exportación de reses en barricas en algunos miles de unidades; el incremento de las existencias de carne de cerdo y la mejora de la técnica de elaboración de tocino de calidad, tan escaso entre nosotros debido a la excesiva matanza de cochinillos, omnipresentes en nuestra mesa. Aunque no resisten la comparación con el sabor y finura de un niño de apenas un año, crecidito y rollizo, que, asado en una pieza, hará un gran papel en el banquete de Lord Mayor, o en cualquier otro festín oficial. Pero omito ésta y otras muchas ventajas en aras de la brevedad.

Suponiendo que en esta ciudad hubiera mil familias que consumiesen habitualmente carne de niño, a las que se sumarían, además, otras que pudieran adquirirla para fiestas señaladas, tales como bodas y bautizos, calculo que Dublín se llevaría anualmente unos veinte mil niños, y el resto del Reino (donde probablemente se vendería algo más barata) los restantes ochenta mil.

No se me ocurre objeción alguna que pudiera hacerse a este plan, a menos que se alegara que por este medio descendería enormemente la población del país. Esto lo admito sin reserva, y en realidad fue la razón principal que me impulsó a darlo a la luz pública. Deseo hacer hincapié, querido lector, en que he ideado dicho remedio única y exclusivamente para este Reino de Irlanda, y no para ningún otro país, presente, pasado o (así lo creo) futuro que sobre la faz de la tierra se halle. Por tanto, que nadie me hable de otros recursos tales como crear un impuesto de cinco chelines por libra como fondo para nuestros desempleados; ni el de usar únicamente ropa y muebles de fabricación propia. Tampoco la prohibición tajante de materiales o instrumentos que fomenten los lujos foráneos, o la erradicación de la dispendiosa altivez, vanidad, holgazanería y la pasión por el juego de nuestras mujeres me parecen soluciones viables.

Y mucho menos inculcar un talante de austeridad, prudencia y sobriedad; o aprender a amar a nuestro país, sentimiento en el que nos superan hasta los lapones e incluso los habitantes de Topinamboo; olvidar nuestros enojos y discordias y dejar de una vez por todas de emular a los judíos, que se mataron entre ellos en el preciso instante en que iba a ser tomada su ciudad; tener el buen juicio de no vender el país y las conciencias a ningún precio; enseñar a los terratenientes a tener un poco de compasión para con sus arrendatarios.

Por último, que nadie ose proponerme como solución el inculcar a nuestros comerciantes sentimientos de honradez, diligencia y destreza, pues éstos, si se acordara adquirir exclusivamente nuestros productos, no tardarían en confabular para ver la manera de estafarnos en los precios, medidas y calidades, y jamás se dispondrían, por mucho que se les insistiera, a elaborar unas reglas imparciales para regular el comercio.

Por tanto, una vez más lo digo, que no se mencionen en mi presencia estas o parecidas medidas, mientras no se tenga al menos un atisbo de esperanza de que algún día se hará un esfuerzo firme y sincero para ponerlas en práctica.

En lo que a mí respecta, aburrido de ofrecer durante años pensamientos vanos, inútiles y quiméricos, y habiendo perdido toda esperanza de alcanzar el éxito, di, felizmente, con este proyecto, que es absolutamente novedoso, tiene un fundamento sólido y realista, no exige grandes desembolsos, carece de complicaciones y está por completo al alcance de nuestras posibilidades. Con él, no corremos el riesgo de atraer las iras de Inglaterra, al no ser exportable este tipo de mercancía, siendo dicha carne de consistencia demasiado blanda como para admitir la salazón durante un prolongado periodo; aunque podría mencionar algún que otro país que se alegraría de devorar, incluso cruda, a toda nuestra nación. Sin embargo, no estoy tan ciegamente apegado a mis opiniones como para rechazar cualquier oferta, sugerida por personas de reconocida sabiduría, y que sea igualmente inocua, barata, asequible y eficaz. Mas antes de que se me ponga algún pero a mi plan, aportando la mejora que sea, desearía que el autor, o autores, consideraran con madurez dos aspectos. Primero, cómo se las van a arreglar, en las actuales circunstancias, para encontrar alimento y ropa para cien mil bocas y espaldas inútiles. Y segundo, ya que hay en todo este Reino cerca de un millón de seres con forma humana, su solo sustento sufragado en común les acarrearía una deuda de dos millones de libras esterlinas, añadiendo a los que son mendigos profesionales el grueso de los campesinos, jornaleros y peones, que es como si fueran mendigos, con sus mujeres e hijos; desearía que aquellos políticos a quienes disgusta mi propuesta, y que pudieran ser tan audaces como para intentar refutarla, preguntaran primero a los padres de esos condenados a muerte desde la cuna si en su día no hubieran sentido una gran alegría al ser vendidos como alimento, al cumplir un año, de la forma que he planteado, ahorrándose así esas cotidianas escenas de desdicha que han sufrido desde entonces, por la opresión de los hacendados, la imposibilidad de pagar las rentas al no tener dinero ni ocupación, la carencia de alimentos de primera necesidad, sin casa ni ropa con qué protegerse de las inclemencias del tiempo, y la completa seguridad de legar similares o mayores miserias a sus descendientes por los siglos de los siglos.

Con la mano en el corazón declaro que no me ha guiado el menor interés personal en el esfuerzo de desarrollar esta obra tan necesaria, y que no he perseguido otro fin que el del beneficio público para mi país, a través del fomento de nuestro comercio, la atención a la infancia, al auxilio de los pobres, y ofreciendo, por último, algún placer a los ricos. No tengo hijos por los que haya de obtener un solo penique; el más pequeño ha cumplido nueve años y mi mujer ya no es fértil.

Jonathan Swift

Sin duda, Jonathan Swift es uno de los más reconocidos escritores británicos, conocido principalmente por su aguda sátira de la locura, arrogancia e insensibilidad humana, y su brillante utilización de la ironía y el sarcasmo. Algunos autores e historiadores, como Andre Breton, lo consideran el “verdadero iniciador” del humor negro.

Nació en Dublin, Irlanda, el 30 de noviembre de 1667, poco después del fallecimiento de su padre. Siendo criado por uno de sus tíos, pudo estudiar en el Trinity College de la misma ciudad gracias a la ayuda de éste ya que su familia no contaba con suficientes recursos económicos. Sin embargo la carrera fue corta e insatisfactoria para el joven Swift.

Habiéndose trasladado con su madre a Leicester, Inglaterra, obtuvo un empleo como secretario del diplomático William Temple pero sus relaciones con éste no fueron buenas y retornó a Dublin para ordenarse como sacerdote, logrando ser párroco de Kilroot, cerca de Belfast. Sin embargo, en 1696 se reconcilió con Temple (quien era pariente lejano de su madre) y volvió a servirle, supervisando la educación de una sobrina de Temple huérfana de padre. Durante el tiempo que sirvió a Temple, Swift pudo leer y escribir mucho, hasta el fallecimiento de su patrón en 1699. Precisamente, durante los últimos años de este periodo produjo sus primeros manuscritos, entre ellos La batalla de los libros antiguos y modernos, de 1697 (aunque recién sería publicado oficialmente en 1704), un escrito que constituye una burla a las discusiones literarias del momento acerca de los estilos antiguos y modernos y en el que se pone de parte de los antiguos a pesar de ser uno de los modernos.

En 1704 publicó Historia de una bañera, para muchos su mejor obra; en ella ridiculiza las diferentes formas de pretenciosidad y vanalidad, especialmente en temas religiosos. Al parecer, este texto sembró dudas acerca de la ortodoxia del autor, al punto de hacer enojar a la reina Ana.

En 1710 asumió el cargo de director del periódico oficialista Examiner, desde el cual publicó muchos panfletos en defensa del la política social del gobierno Tory (partido fundado por irlandeses católicos expulsados de sus tierras por los ingleses). Durante este periodo, la mayoría de sus escritos son de corte político, principalmente de apoyo al partido Tory y de crítica al partido rival, Whig (del que había sido simpatizante). Se considera que uno de sus escritos, titulado El comportamiento de los aliados, de 1711, fue el detonante para la dimisión del jefe de las fuerzas armadas británicas, John Churchill. De todas formas, durante este periodo Swift no se dedicó exclusivamente a la política y el mismo 1711 comenzó a escribir las Cartas para Estella, una serie de cartas escritas en lenguaje casi infantil y dirigidas a Esther Johnson (a quien llamaba Estella), la sobrina de Temple a quien supo tutorear años antes. Algunos historiadores sostienen que Swift y Esther Johnson pudieron haberse casado en secreto en 1716, aunque nunca pudo ser comprobado.

En 1717 fue nombrado deán de la Catedral de San Patricio de Dublin, pero un año más tarde su partido pierde el poder y su influencia política prácticamente se esfumó.

Entre 1724 y 1725 publicó anónimamente una serie de cartas bajo el título Cartas de Drapier, en las que defiende principalmente la moneda irlandesa y a su sociedad, hecho que lo convierte en figura importante entre los nacionalistas irlandeses.

Un año más tarde publicó, inicialmente en forma anónima, lo que sería su obra maestra, una serie de libros titulada Viajes a varios lugares remotos del planeta, más conocida actualmente como Los viajes de Gulliver. Esta obra, que resultó en éxito inmediato, es una sátira a toda la humanidad, al punto que en el cuarto (y último tomo) expone la idea de que suele resultar más estimulante y agradable la vida junto a diferentes tipos de animales que junto a otras personas. Durante mucho tiempo estuvo prohibido el episodio final del tercer capítulo debido a consideraciones antibritánicas. A pesar de que originalmente el libro fue concebido como una sátira de la humanidad y un ataque ácido a la sociedad y sus integrantes, con el tiempo Swift fue agregando reflexiones de diferente índole, alivianando un poco la textura. Debido a la imaginación del autor y la sencillez de la redacción fue aceptada por diferentes públicos, al punto de que el primero de los tomos se ha convertido en un clásico de la literatura infantil (aunque la obra nunca fue pensada para niños).

En 1729 publicó un clásico del humor negro, Una humilde propuesta (también conocida como Una modesta proposición, A modest proposal en inglés). Este escrito fue realizado en un momento de crisis en Irlanda, donde la pobreza y el hambre se difundieron sobre el territorio, y en el mismo realiza una serie de propuestas, que giran en torno a una misma idea, para reducir la pobreza y a su vez aumentar el tesoro del Reino: utilizar los hijos de los pobres como manjares en las mesas de los ricos.

A partir de finales de la década de 1720, Swift comenzó a encerrarse en sí mismo (tras la muerte de Esther Johnson en 1724 y su otra mimada, Esther Vanhomrigh en 1728), acentuando su visión crítica de la sociedad y recrudeciendo su sátira. A mediados de la década de 1930 empezó a sufrir ataques de vértigo y a perder la audición, cayendo lentamente en la demencia. Tras un largo periodo de decadencia mental, falleció en su ciudad natal el 19 de octubre de 1745 a los 77 años de edad. Sus restos fueron sepultados en la Catedral de San Patricio de Dublin, junto a Esthen Johnson. Su epitafio reza lo siguiente:


Aquí yace Jonathan Swift, D., deán de esta catedral, en un lugar en que la ardiente indignación no puede ya lacerar su corazón. Ve, viajero e intenta imitar a un hombre que fue un irreductible defensor de la libertad”


Fuentes:

http://historiesdeviatger.blogspot.com/2006/06/jonathan-swift.html

http://es.wikipedia.org/wiki/Jonathan_Swift

http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2342

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustó tu blog, seguiré leyendo para ver si encuentro más cosas que me interesen.
ahm y gracias por tu post, creo que realmente así me siento, y el saber que alguien se siente muy parecido a uno, por lo menos da un poco de aliento para poder continuar =)

Vergónides de Coock dijo...

Que buena entrada, me gustó bastante. Suerte.

Ocultamiconciencia dijo...

¿Sabes quién tradujo este texto? De las traducciones que revisé (muchas), fue la que más me gustó...